9:00 de la noche en el trabajo. Todas las luces de la oficina están prendidas, pero estas sola terminando unos pendientes. Hubieras querido terminarlos en casa pero sabes que no tienes internet desde hace unos días.
10:00 de la noche. Terminas el trabajo y sueltas un suspiro de alivio. Una luz en la oficina se apaga sola, pero estas tan cansada que lo pasas por alto. Solo quieres irte de ahí. Te alejas de la oficina por un largo pasadizo en el que las luces se van apagando una a una mientras caminas. Te das cuenta de ello porque la luz en todo el pasadizo empieza a perder fuerza. Tu sentido de alerta te hace caminar más rápido.
10:10 en la calle caminas con más prisa hacia la avenida para tomar un bus que te lleve a casa, pero te desanimas al ver que esta lleno de gente. Sin pensarlo mucho decides parar un taxi y subirte a él. El taxista empieza a hacerte la conversación, pero tú solo respondes con monosílabos. Haces el esfuerzo por no dormirte de cansancio, pero es inevitable. La luz del taxi se apaga y tus ojos se cierran. Es inevitable.
Al despertar estas sentada sobre un campo verde y recostada en un árbol. En una de tus manos tienes un cuaderno en el que estabas escribiendo sobre la luz que se apagó en tu oficina y otras cosas que pasaron hace una semana en el trabajo. Sucedió hace poco, pero se siente tan distante ese recuerdo.
El aire limpio de provincia se siente bien, la ausencia de autos y concreto también se siente bien. Te levantas y caminas sin prisa hacia el riachuelo que tienes cerca y arrojas las hojas que estaban escritas. La tinta se diluye en el agua como aquellos recuerdos en tu mente. Sabes que nada importa más que el presente y lo disfrutas con la limpia brisa que te da la naturaleza.
Cerca de ahí hay un grupo de niños que juega uno de los tantos juegos que jugabas cuando eras pequeña. Los recuerdos y la nostalgia de aquellos tiempos te hacen acercarte a ellos y te pones a jugar. No importa nada más. Solo juegas y mientras una gran sonrisa se dibuja en tu rostro.